martes, 10 de agosto de 2010

Historias de una niña...

Desilusiones


¡Otra vez me quemé la lengua con el té! Como todas las veces que lo prepara mi mamá. Me molesta que lo haga tan caliente. Antes, yo tomaba chocolatada, pero mi abuela le ponía tanta azúcar y tanto cacao que ahora me repugna. Ella viene todas las mañanas a mi casa, me hace el desayuno, limpia, plancha, lava, y, sobre todo, habla. Es una persona buena, pero muy negativa, siempre trae malas noticias. Todo esto a mí mamá le molesta y muchas veces se pelean.

Estoy en la cocina terminando el desayuno y las escucho hablar en el lavadero. Creo que algo pasa, hace unos días que veo a mi abuela más alterada que de costumbre. Me acerco, veo que mi mamá intenta calmarla, y sólo escucho que a mí tío “lo agarró el corralito”. Las lágrimas de mi abuela me entristecen, no se qué es lo que le pasa a su hijo pero debe ser doloroso para ella. “Son los ahorros de toda su vida, anda a saber si alguna vez se los devuelven esos hijos de puta”. Me pregunto de quienes hablará. Mi mamá me hecha con la mirada. Me voy, aunque no quiero.

Tengo hambre, pero tenemos que esperar a mi hermano para cenar. No se si estoy paranoica, pero creo que mi papá está preocupado también, no emite palabra y él siempre empieza con sus chistes a la hora de comer.

Enciendo la tele. Me sorprendo. La imagen de una multitud de personas caminando por la calle mientras golpean sus ollas y sartenes, se intercala con la de ciudadanos que roban violentamente cosas de los negocios. El titular del noticiario dice “Saqueos y Cacerolazos”. Miro a mi papá buscando una explicación. “El país viene mal y De La Rúa sigue cometiendo errores. Al tío, como a muchas personas más, le retuvieron sus ahorros. La gente protesta porque está muy enojada”, me dice. ¿Y a nosotros? le pregunto. “Nosotros no teníamos mucha plata en el banco”, responde.

Yo sentí siempre a Capital Federal como un lugar muy lejano a mí ciudad, Chivilcoy, a pesar de la corta distancia que existe entre ambas y nunca me interesé por lo que pasaba allá. Pero, las palabras de mi papá me desilusionan. Fernando de la Rúa es el primer presidente que llamó mi atención. Me acuerdo de las elecciones: yo quería que gane él y me puse contenta cuado sucedió, me trasmitía mucha tranquilidad y confianza.

Son las doce del medio día, me gusta dormir hasta tarde los sábados. Mi casa esta vacía, me pregunto dónde estarán todos. Los busco en el comedor, en la cocina, corro por el pasillo que lleva a la calle. Ahí están, parados en la vereda. Estoy en pantuflas, pero quiero saber qué están mirando.

Me quedo paralizada. Todo ese desastre que había visto días atrás por la tele, todo ese lío que sentía que no me pertenecía, está pasando en mi ciudad. La gente está rompiendo las ventanas de uno de los supermercados más grandes de Chivilcoy, ubicado a dos cuadras de mi casa. Algunos tienen las caras tapadas, otros capuchas y la mayoría lleva palos. Tengo miedo.

Escucho que mi papá me llama, pero no puedo responder. Siento odio hacia la inmensa ciudad porteña, la culpo de lo que pasa, no quiero que Chivilcoy se parezca a ella.

Me siento en el sillón, pienso. Necesito entender las razones por las que se queja un país entero.

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